“Fue muy emocionante, vinimos con mis hijas, el día estaba hermoso, había mucha gente… por eso vinimos también a ver que nuestros deseos se cumplieran, porque la energía positiva que genera este lugar hermoso creo que es esencial. ¡Que el universo los cumpla para todos! Me encantó la actividad”. Con estas palabras, Norma Yañez, relató su experiencia al celebrar “Tanabata” en el Jardín Japonés de Compañía Minera del Pacífico (CMP), una festividad que se realiza en Japón cada 7 de julio y que celebra una leyenda de amor a través del encuentro entre Orihime y Hikoboshi, dos seres celestiales que solo se pueden reunirse el séptimo día del séptimo mes del año.
Tal como lo señala la tradición, más de mil personas pudieron escribir sus anhelos en papeles de colores llamados tanzaku y colgarlos en palos de bambú. La leyenda dice que, si no llueve durante la noche, es porque los amantes habrían podido reunirse. Afortunadamente no llovió, por lo que este viernes en la laguna del Jardín Japonés, los deseos fueron enviados simbólicamente al cielo.
“Tanabata” se ha convertido en una de las celebraciones típicas del verano en Japón, congregando a las familias en temporada de lluvia de estrellas. La festividad y otras actividades se enmarcan en el objetivo de Compañía Minera del Pacífico para acercar la cultura japonesa a la comunidad y fomentar el turismo de la Región de Coquimbo.
Tanabata: “Una leyenda de amor”
La historia popular cuenta que la hija del rey celestial Tentei, Orihime, tenía un increíble talento para tejer en su telar llamado Tanabata. La princesa tejía a orillas del río que representa la vía láctea. Allí, fabricaba hermosas telas que encantaban a su padre, sin embargo, esto le impedía conocer a alguien de quien enamorarse, por lo que se planeó un encuentro entre ella y un pastor del otro lado del río, un joven llamado Hikoboshi. El amor surgió de inmediato, pero ambos descuidaron sus labores y, por ello, Tentei los separó como castigo por su comportamiento.
Al ver las lágrimas de su hija, Tentei, le prometió que volvería a Hikoboshi el séptimo día del séptimo mes, solo si cumplía con sus tareas. Al llegar el día, se dio cuenta que no podía cruzar el río porque no había puente para atravesarlo. Ambos se entristecieron y la princesa comenzó a llorar desconsolada por su desdicha, lloró tanto que una bandada de grullas llegó ante su desconsolado llanto, prometiéndole que harían un puente cada año, siempre y cuando no llorara.
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