La noche del sábado se transformará en eterna para dos familias, pero en especial para los familiares y amigos de la pequeña Anais que con tan solo 13 años, dejó de existir al ser atropellada en la caletera del kilómetro 466. Su cuerpo fue arrastrado sobre el capot de un BMW 520d por cerca de 70 metros para después ser abandonada a su suerte por el conductor del vehículo.
La segunda familia que cambiará para siempre su historia es la de conductor del sedán gris que no detuvo su marcha tras impactar a alta velocidad el diminuto cuerpo de la pequeña Anaís. El hombre de 47 años identificado con las iniciales M.M.M aceleró su vehículo desde el cruce de la calle de servicio con el kilómetro 465, a máxima velocidad.
El Ingeniero en ejecución Eléctrico de la USACH y Ingeniero Industrial de la Universidad Central tiene su domicilio en la ciudad de Copiapó, pero acá vivía en un departamento y versiones indican que su vida nocturna era cercana al alcohol. No tiene hijos y en sus redes sociales solo hay pocas imágenes de su rostro y de sus amistades. Tiene dos perros “akita” y sus gustos personales siempre están ligados a pilotos de carreras y la preocupación por sus mascotas. Nos llamó profundamente la frase favorita que escribió en facebook : “Aunque te salgan las plumas por la boca, tu no te comiste la gallina, jajaja”
Según informaciones de testigos, el imputado habría estado en varias fiestas, hasta que en una de ellas lo invitaron a retirarse por su pésimo estado debido a la ingesta de alcohol. El imputado solo acredita haber consumido dos “vodkas con energética” pero su mal estado era evidente.
Tanto es así que una amiga cercana lo siguió en otro vehículo para cerciorarse de que M.M llegara a su departamento en buenas condiciones, pero no acredita haber visto el accidente ni tampoco el vehículo chocado. El señala no recordar nada del accidente a pesar de que a un amigo cercano el le habría dicho que al parecer había atropellado “algo”.
Al revisar el vehículo y descubrir que no estaba estacionado aculatado como usualmente lo hacia confirmó que los daños eran mayores. Un cercano a M.M le señaló que ya a esa hora los medios sindicaban a un auto BMW Gris como el vehículo involucrado en el atropello de una menor. Él había atropellado a la pequeña Anaís y no se detuvo a ayudarla
El vehículo estaba tapado en su parte frontal, justo donde estaba destruido por el atropello. El imputado pidió asistencia a una abogada cercana le recomendó dirigirse a Carabineros y relatar los hechos. En ese momento ya se confirmaba su entrega a la policía y su libertad se acabaría.
EL ACCIDENTE
Desde el instante del impacto del cuerpo de Anaís con el vehículo en la calzada izquierda del pequeño camino, hasta que el conductor imputado maniobrara para sacar a la pequeña de encima del capot transcurrieron cerca de 70 metros. El continuó su marcha sin siquiera frenar y la pequeña Anaís partía de este mundo quedando su cuerpo en medio del asfalto. La oscuridad de la noche le impidió hacerse a un lado del BMW que circulaba aproximadamente a mas de 120 km/hr., por una vía donde la velocidad máxima es de 60 km/hr. Además los jóvenes testigos aseguran que el auto venía sin sus luces encendidas.
Expertos en la marca del auto señalaron que este modelo, el BMW 520d de casi 245 caballos de fuerza, automáticamente enciende las luces al menos de posición y que al acelerarlo a fondo su caja automática y su motor diésel erogarían una velocidad cercana sobre los 120 km/hr. en una distancia similar desde el cruce del 465 al momento del impacto. Este auto sedán puede alcanzar los 100 km/hr. en tan solo 6,2 segundos.
El auto tiene su frontal totalmente destruido, el capot abollado y el parabrisas completamente quebrado. La muerte de la pequeña Anaís al parecer fue inmediata y los amigos que la acompañaban nada pudieron hacer. El vehículo continuó su marcha con destino desconocido para los jóvenes que veían como la pequeña yacía sobre el asfalto.
Queda mucho camino por recorrer en el caso, como dilucidar si víctima y victimario tenían alcohol en la sangre, si el vehículo venía con sus luces apagadas o encendidas o si los testigos dicen la verdad, pero nada hará volver a la vida a una pequeña de 13 años que bailaba y sonreía en cada recreo del Colegio Rakiduam. Esa sonrisa ya no volverá, y ambas familias tendrán que vivir con el recuerdo de aquella fatal noche llena de alcohol y desgracia.
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